Diario de una resurrección

Huellas, recuerdos y sonidos

Nadie más que yo

Published by Alejandro Nieto Alonso under on 28.8.09

Un abrazo. Un tierno, largo y sincero abrazo. El más profundo y real que me dieron nunca. Quizá fuera un sueño, o quizá una pesadilla pactada entre el diablo y el tiempo para mi sufrimiento ulterior y eterno. La verdadera razón de ese abrazo ya se me escapa entre los dedos de la maldita fugacidad. ¿Qué pasó aquella noche? ¿Qué viste en aquel lugar? ¿Qué sentiste junto a mí? ¿Algo que ya no sirve? ¿Caduco como las estaciones y los meses? Puede ser que no lo veas, y seguramente ya no lo creas, pero aquel abrazo significó un antes y un después en mi vida. La ternura se me clavó como un dardo, y ahí sigue. El dardo haciendo sangre en lo más hondo del corazón, a la espera de cualquier movimiento brusco para, con una punzada, recordarme aquel maravilloso abrazo.

Sí, eran otros tiempos, yo era más joven, menos evolucionado, más sentido y sutil a los cambios. Y no me di cuenta de que el refugio se vino abajo tras la tormenta de inconformismos, cambios de humor e incluso de fe. La confianza se gana. Eso digo siempre. Aquel abrazo sirvió para confiar en algo más grande que dos personas, quizá tan enorme que nunca pudimos abarcarlo. Sí pude abarcarte aquella noche. En un abrazo que duró cien años. A veces lo recibo de nuevo, en sueños, y es como si reviviera otra vez aquella brisa cálida de aquel bullicio extraño. Oigo de nuevo palabras que sólo nosotros escuchábamos. Siento que te protejo de nuevo, que te arrullo otra vez, que invento sueños para dos, que escribo sólo para ti, que te beso entre tus brazos, que beso tu pelo otra vez en un abrazo eterno e infinito…

Puede ser que no lo veas, bien lo sabe dios…

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